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El fantasma de Gerardo Vargas: cuando el desafuero no borra la aprobación

A casi un mes del desafuero de Gerardo Vargas Landeros, los números cuentan una historia que ni los movimientos políticos más calculados han logrado apagar. A pesar de haber sido retirado de su cargo como alcalde de Ahome, Vargas sigue encabezando las encuestas como el mejor evaluado de Sinaloa, con un 48.8% de aprobación. Un contraste brutal si se le compara con Juan de Dios Gámez Mendívil, alcalde de Culiacán, que apenas logra un 14.6% de aceptación ciudadana.

El dato es incómodo para quienes pensaban que la salida de Vargas sería suficiente para borrarlo del mapa político. Porque una cosa es remover a un funcionario de su puesto, y otra muy distinta es arrancarlo de la memoria colectiva, sobre todo cuando el balance de su gestión sigue generando reconocimiento entre la gente. El desafuero, en teoría, tendría que marcar una caída política. Sin embargo, lo que observamos es que su figura permanece fuerte en la opinión pública, resistiendo el embate institucional.

Este fenómeno abre preguntas más profundas: ¿cuál es el verdadero peso del juicio ciudadano frente a las maniobras políticas? ¿Hasta qué punto las decisiones legales o partidistas logran moldear la percepción social? Vargas, guste o no, dejó una huella administrativa que sigue siendo valorada por un sector importante de la población. Esto habla, en parte, de la desconexión entre los movimientos del poder formal y la narrativa popular, donde las obras, los resultados tangibles y la cercanía política pesan más que las etiquetas legales.

Pero este escenario también exhibe las grietas de Sinaloa: un estado donde los castigos políticos parecen tener más efecto en las cúpulas que en las bases. Si el mejor alcalde según las encuestas es uno ya desaforado, mientras que el peor sigue en funciones con apenas un 14% de aprobación, algo está roto en los mecanismos de representación y evaluación pública. ¿Qué mensajes mandan estas cifras a la ciudadanía? ¿Y qué lectura sacarán los partidos, especialmente Morena, sobre el impacto real de sus decisiones internas?

El caso Vargas deja claro que, en Sinaloa, el tablero político se juega en varios planos. Las encuestas no son solo números: son un recordatorio de que el respaldo social no desaparece por decreto. Y si algo está demostrando esta coyuntura, es que borrar un nombre del cargo no siempre significa borrarlo del imaginario público. Habrá que ver si quienes hoy celebran su salida están preparados para enfrentar la persistencia de su figura en la arena electoral. Porque en política, los fantasmas que siguen generando votos rara vez desaparecen del todo.

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