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La marcha del dolor y la advertencia a la política

La multitudinaria marcha en Culiacán dejó claro un mensaje que trasciende las consignas y los números: la sociedad civil decidió hablar por sí misma, sin intermediarios, sin banderas, sin colores. Cerca de 50 mil personas, según estimaciones, tomaron las calles no para reforzar un movimiento partidista, sino para recordarle al poder que la paciencia social frente a la violencia está agotada.

El rasgo más significativo del evento no fue la presencia de políticos, sino su advertencia: “esto no es suyo”. Algunos aparecieron, pero sin el escudo ni los tonos de sus partidos, porque sabían de antemano que serían rechazados. La marcha fue propiedad de la señora que perdió a su hijo, del señor que ya no puede dormir tranquilo, de la hermana que aún busca justicia. Y en esa legitimidad radica su fuerza.

Las consignas que se escucharon no fueron improvisadas. Hablaron de la reconstrucción de las policías y la fiscalía, de atender dignamente a las víctimas, de combatir con eficacia a los delincuentes. No es una lista de buenas intenciones, es un pliego ciudadano que desnuda la incapacidad del Estado para garantizar lo básico: seguridad en la escuela, en el transporte, en el parque, incluso en la propia casa.

Los políticos, acostumbrados a leer los movimientos sociales como capital electoral, deben tomar nota de que aquí no hay espacio para el oportunismo. La advertencia fue clara: la gente no permitirá que su dolor se convierta en campaña. El mensaje va directo a las instituciones, no a los colores.

Lo sucedido en Culiacán no puede ser minimizado ni reducido a un hecho aislado. La sociedad se organizó y, con una fuerza que pocos esperaban, exigió que se cumpla con lo elemental: vivir en paz. Ignorar esa voz sería un error político mayúsculo. Más que una marcha, fue un ultimátum ciudadano.

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