
Culiacán, Sin, 10 de julio del 2025.- En la política sinaloense hay personajes que han hecho del oportunismo su especialidad y de la simulación, su método. Esta semana, Sergio Torres Félix, actual diputado local por Movimiento Ciudadano y exmilitante de media docena de causas partidistas, ofreció una nueva muestra de su estilo: agitar el avispero y luego esconder la mano.
Todo comenzó con una movida sorpresiva desde el Congreso de la Unión: senadores y diputados federales de Movimiento Ciudadano, entre ellos Gibrán Ramírez, Alejandra Barrales y Pablo Vázquez, presentaron una solicitud ante el Senado para declarar la desaparición de poderes en Sinaloa. Una acción drástica, sin precedentes recientes, que incluía nada menos que el desafuero del gobernador Rubén Rocha Moya. ¿Quién, según ellos, estaba detrás de las gestiones políticas para impulsar ese exhorto? El propio Sergio Torres.
Pero la sorpresa mayor vino después. Cuando los reflectores apuntaron hacia él para conocer su posición ante el exhorto promovido por sus compañeros de partido, Torres simplemente reculó. Se deslindó. Matizó. Empezó a hablar de “formas”, de “institucionalidad”, de que “se malinterpretó”, de que él solo había manifestado su preocupación por el clima político de Sinaloa. Se rajó, en términos llanos.
El episodio pinta de cuerpo entero a un político que ha sabido sobrevivir a base de bandazos: fue priista, luego secretario en el gobierno de Quirino Ordaz, después se puso la camiseta de MC y ahora juega al rebelde de ocasión. Pero cuando el momento exige firmeza, se vuelve espectador.
No se trata de defender la iniciativa de desaparición de poderes, cuyo sustento jurídico y político es, por decir lo menos, endeble. El fondo del asunto es otro: la incoherencia de quienes operan desde la trinchera del escándalo para después abandonar el campo apenas empieza el debate serio.
Sergio Torres pretendió agitar las aguas nacionales en nombre de una oposición que en Sinaloa ha sido, en el mejor de los casos, decorativa. Pero cuando llegó la hora de respaldar con hechos lo que en voz baja se promovía, prefirió recular. Y con ello, no solo dejó colgados a sus compañeros legisladores, sino que le hizo un favor gratuito al gobierno estatal, al que ahora podrá acusar a sus críticos de actuar sin unidad ni seriedad.
Al final, lo que queda es el retrato de una dirigencia política que improvisa en lugar de construir, que denuncia con una mano y saluda con la otra, que lanza piedras y esconde la voz. Porque en Sinaloa —y especialmente en Movimiento Ciudadano— las gestas opositoras duran lo que una nota de prensa, y los discursos valientes terminan en la papelera cuando llegan las llamadas desde la cúpula.